Última Roma o cómo evitar que el lector caiga en ciertos tópicos.

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Al extenderme sobre Última Roma no quisiera que todo el aparataje tecnológico me hiciera olvidar comentar la parte literaria. No solo porque sea ante todo una novela. También en lo literario hay cierta carga experimental.

No se asusten con lo de «experimental». Pero lo mismo que a la hora de incrustar a la novela en Red hemos buscado soluciones, he tenido que hacer lo propio debido al tema y al argumento. Por experimentar entiendo buscar cauces, adoptar decisiones no habituales para lograr una mayor eficiencia de la narración.

Un primer ejemplo. Última Roma se desarrolla en la segunda mitad del siglo VI, en Hispania. Uno de sus centros de gravedad es la ideología de la restauratio imperii. El afán por reconstruir el imperio romano de Occidente que, incluso un siglo después de su caída, animaba a muchos en los antiguos territorios imperiales.

Hispania era en aquella época una tierra post-romana. Muchos de sus habitantes se consideraban ciudadanos romanos y otros habían vuelto al viejo tribalismo. Regían leyes romanas, se acuñaba moneda romana… Pero, si uno pronuncia palabras como «Leovigildo» o «visigodos», ¿qué ocurre? Que la cabeza se nos va a la imaginería medieval. Y encima a la de la del Cid de Samuel Bronston, no a la real.

Esos anclajes existen y hay que tenerlos en cuenta. Y me pusieron en un apuro a la hora de iniciar la novela. Lo lógico habría sido arrancar en un punto conocido, la corte de Toledo, por ejemplo. Y de ahí guiar al lector a pueblos y personajes más exóticos. Eso de partir de lo conocido para entrar en lo ignoto es un buen recurso. Pero en este caso no era posible. Los tópicos inculcados habrían arruinado las atmósferas, las sensaciones de otras épocas que trato de trasmitir en Última Roma.

También podría hacer llegar a alguien de un lugar lejano. Sí. Eso se ha usado con mucha fortuna en el cine. Recuerden esas películas estadounidenses donde alguien, partiendo de una escena inicial en el Este, aterriza en el mundo de los indios. Excelente forma de rehuir los tópicos del cine anterior sobre estos últimos. Pero el cine es otro lenguaje. En un libro no podemos provocar el choque de impresiones que consigue el cine con una sola escena. Tenemos otros recursos, pero ese no. Lo que en cine sería un salto impactante, en una novela se convertiría en un comienzo lento y tedioso.

Para no extenderme:

Opté por comenzar con una escena en las costas del noroeste, entre britones, un pueblo fascinante pero desconocido para el lector medio. Y seguir con otra escena entre romanos de Oriente en la muy romanizada Corduba, entonces en poder de visigodos. Estos últimos aparecen tarde, de forma que para entonces ya ha habido tiempo y páginas de evitar el peligro antes señalado.

¿El riesgo? El obvio: que el lector no está en las primeras páginas tan «aterrizado» como es en los últimos tiempos de rigor. Pero había que asumirlo. A eso me refería con experimentar: a buscar soluciones distintas para cuestiones que no pueden resolverse mediante recursos que sí son eficaces, mucho, en condiciones normales.

No me extiendo más. Entregas tendremos de ir comentando más detalles como este. Creo que quienes van a leer la novela merecen conocer parte al menos de su intrahistoria. ¿Y qué mejor lugar para contarlo que este blog? Hay que agradecer con actos a los amigos que tienen la deferencia de visitarlo y leerlo.