«Traidor» a todos

Es probable que reduzca mi producción como novelista histórico. Pero no se alarmen, que no es que piense abandonar el género ni es que me haya hastiado de esos escenarios literarios. La cosa es más complicada.

Verán: Muchas veces he dicho que mi modelo como novelista es lo que hacen los directores de cine, sobre todo los estadounidenses, que incursionan en muchos géneros y formatos. Ese es mi ideal: hacer hoy un dramón y mañana una comedia, pasado una pequeña obra independiente y al otro una gran superproducción con legiones, trirremes y elefantes. No soy de los escritores que ha querido quedarse en un solo género, ni en un solo segmento de ese género. Respeto a quienes lo hacen, por supuesto pero, al menos en mi caso, eso me conduciría a algo que he visto en otros. No solo a no crecer como escritor, sino a acabar autoplagiándote, que es de las cosas más tristes que te pueden ocurrir.

Esa intención de explorar no siempre estuvo en mí por la sencilla razón de que cuando comencé a escribir no tenía la más mínima intención de dedicarme profesionalmente a esto. Por aquel entonces yo navegaba y, durante un lapso de tiempo en tierra, animado por algunos amigos, empecé a publicar algunos cuentos en revistas especializadas de ciencia-ficción. No pensaba ir mucho más allá y ese es el motivo principal de que adoptase el heterónimo de León Arsenal. No me apetecía gran cosa que me identificasen en mi trabajo como el autor de los cuentos que publicaba. No por nada sino porque yo soy así.

El azar y el destino hicieron que acabase en tierra y que comenzase a escribir obra larga. Lo cierto es que mis dos primeras novelas publicadas fueron ambas de género histórico, en la editorial Valdemar. Luego llegó la película (la trilogía de películas) del Señor de los Anillos, Planeta compró Minotauro, editora de esa trilogía, e instituyó el premio Minotauro. Ahí que mandé mi novela Máscaras de matar, escrita un par de años antes y a la que di una buena revisión ya con la experiencia de dos novelas publicadas. Y gané el premio.

De repente, me encontré convertido en uno de los figuras de la literatura fantástica española y con un montón de promoción que me puso en el candelero, cosa que agradeceré siempre. También aumentó de manera exponencial mi número de odiadores y denostadores dentro del mundillo de la ciencia-ficción y fantasía española, que siempre ha sido en ese sentido un charco de bilis negra y amarilla todavía más humeante que otros, que ya es decir.

Entre los mil y un motivos que encontraron algunos popes de fancine para ponerme a caer de un burro fue el hecho de que, tras el Minotauro, en vez de consagrarme en cuerpo y alma a la sagrada causa de la literatura fantástica, publicase con Edhasa La boca del Nilo, una novela histórica de aventuras sobre la expedición enviada por Nerón a las fuentes del Nilo. Que esa novela se fuese en seguida a las cinco ediciones y que además ganase los premios Ciudad de Zaragoza y Espartaco de la Semana Negra de Gijón, ambas a la mejor novela histórica publicada en el 2004, lo único que hizo, me temo, fue atizar las iras de los santos.

Esa, supongo, fue la primera de mis traiciones, o al menos así se lo tomaron algunos que se consideraban a ellos mismos guardianes de las esencias de la cf y f patria. Pero esa «traición» no fue más que la primera de muchas.