Un relato de miedo. Pero miedo de los de verdad.

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Preferiría obsequiaros con un cuento de Navidad, de esos amables y que entibian aunque un poco los tuétanos. Pero este es un relato bastante aterrador. Digo relato porque está compuesto presentación, nudo y desenlace, con vuelta de tuerca final. También porque voy a relatarlo. Sería fácil dramatizarlo, convertirlo en cuento de pleno derecho, pero no tengo ganas. Os lo regalo si es que alguno se anima. Todo vuestro.

Este es el relato, porque así sucedio:

Presentación: El pasado domingo acudí a la casa de mis padres. Suelo comer ese día con ellos. Aminoré el paso al ver la puerta de un jardín abierta, un par de casas más abajo. Y que en el umbral estaban de palique policías y gente de los servicios sociales del Ayuntamiento. ¿Qué había pasado? A los habitantes de esa casa los conozco de casi toda la vida; desde que siendo yo un ñajo nos mudamos a ese barrio. Viven en ella un hombre de edad muy avanzada y no del todo en sus cabales, y su hija de sesenta y tantos. La esposa murió hace ya años.

¿Qué había pasado?

Nudo: Ya en casa de mis padres, las consabidas preguntas. ¿Qué ha pasado? He visto… ¿Ha pasado algo? Y sí. Había pasado algo. Pero no al anciano sino a su hija. Por lo visto llamó a emergencias ya de noche para pedir ayuda porque se sentía muy mal.

Acudió la policía. Tocaron al timbre sin éxito. Llamaron a casa de los vecinos y eso incluye a la de mis padres. Pidieron información. Y por lo visto, dado que nadie respondía, se marcharon.

Sí, amigos. Se marcharon.

Desenlace: Mientras comíamos llamó otra vecina. Anunció a mi madre que la hija había muerto. Los de los servicios sociales que yo había visto estaban ahí para atender al anciano padre. Fin de la historia.

O no.

Vuelta de tuerca: La hija murió sobre las cinco de la madrugada. Había pedido auxilio por teléfono. La policía y los sanitarios fueron, no les abrieron y se marcharon. ¿Pero cómo iba a abrir si agonizaba y su padre es muy viejo, sorderas y algo enajenado? Así que se fueron. Y ella se quedó allí muriéndose, hasta apagarse del todo a las cinco de la madrugada.

Moraleja: no la hay.

Reflexión personal: Pues vaya mierda de sistema si no ha desarrollado protocolos para estos casos. Aducían los policías que si no les abren y no hay orden judicial no pueden irrumpir. Apañados vamos, porque en Madrid cada vez son –somos- más los que viven –vivimos- solos. Viejos, solteros y solterones, divorciados. Como las cosas discurran por ese camino siempre, tienen –tenemos- que estar muriendo como chinches.

Conclusión: Si esto me ocurre, cuando vuelvan días después, no dejéis entrar a sanitarios ni policías. ¿Para qué? Ya estaré difunto. Que abra camino una señora –o señor- de la limpieza. ¿Cómo que por qué? Porque soy un sujeto desordenado. Y si vienen dos días después, ¿para qué quiero médicos? Paso de ellos. Antes de que acudan familiares y amigos, por lo menos que me ordenen un poco la casa. De acuerdo con que me vean tieso en la cama o desnucado en la ducha. ¡Qué remedio! Pero que no entren con el salón sin recoger, los zapatos por el salón y el fregadero lleno de cacharros sucios. Eso sí que no. Hasta ahí podíamos llegar.

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