Como los gatos

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Ayer, una amiga te envió unos párrafos escritos por cierta persona; esa misma, la que está en tu pasado y, sin embargo, sigue tan presente. Al leer esas líneas, en las que también se te menciona, te dio por pensar en lo mucho que esa persona tenía de gato.

            Como los gatos, apareció una noche en los tejados de tu vida, curiosa, con algo de recelo e incluso un punto de desdén. A la manera de los gatos, en cuanto cogió confianza, se coló sin dudarlo por la ventana, se hizo el amo del lugar, encontró sus lugares favoritos en ti donde acurrucarse y tampoco te libraste de alguna trastada. Acabó por hacerse parte de tu vida y a su vez, en cierta forma, te convirtió en su casa. Casa a la manera de los gatos, a la que acudir sin horarios ni preguntas; si asomas bien, y si no lo haces, ya asomarás, unas veces ronroneando y otras a lamer heridas. A cambio, te aceptaba tal como eras, con tus cosas, tal como hacen los gatos.

            Era un ir y venir, un ciclo propio de existencia, al compás de mareas producto de lunas privadas. Hasta que toco separarse, aunque no era ese el deseo de ninguno de los dos. Pero ocurre que ella, como los gatos, era andorrera, y todo el mundo sabe que en el camino de los gatos puede cruzarse en cualquier momento un estúpido coche.

            Y ahí se quedó la ventana, abierta, sin nadie aparezca ya en ella a horas intempestivas y sin dar explicaciones, a la manera de los gatos. Y así fue como la casa se enfrió, expuesta a los vientos; pero, sobre todo, lo que se quedó fue mucho más vacía.

6 respuestas a «Como los gatos»

  1. Los gatos nunca se acaban, como los amores, lo mismo.

    No será otra gata idéntica a esa que se coló por la casa de tu amigo, pero la que llegue traerá renovaciones y calores nuevos.

    Y esa que se fue, brillará sobre un tejado a la luz de la luna, quien sabe, quizás guardando sus sueños.

    Saludos

  2. No les tengas miedo. La independencia no tiene por qué hacer daño.
    Lovecraft decía que los gatos son caballeros y amigos de caballeros. Es cierto. No les tenía especial cariño hasta una tarde en la que llovía a mares, yo lloraba más aún, y un gato al que nunca había dado ninguna confianza se me subió a las rodillas y comenzó a acariciarme las mejillas. Me miraba como mi abuela. Ha sido la cosa más extraña que me ha ocurrido nunca.

  3. No les tengo miedo, Elvira: Respeto, porque ya me han dado algún zarpazo. Y efectivamente la independencia no tiene por qué hacer daño, pero a veces puede hacerlo cuando el que depende espera un abrazo y el independiente prefiere en ese momento lamerse las patitas…

  4. No eches la culpa a los felinos, sino a los humanos, que hemos dado en casi tontos. Como el tuyo por desgracia es más lo segundo que lo primero, díselo directamente y así te ahorras tiempo y comeduras de tarro. Suerte.

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