Choques culturales

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Esta mañana, en el autobús que me llevaba a la feria del libro, en el Retiro, un hombre le ha soltado dos guantazos a un hijo suyo. El tipo, un emigrante negro, iba con dos críos de corta edad y no sé por qué le ha atizado, porque todo ha ocurrido a los pocos segundos de subir yo al autobús, casi mientras este arrancaba de mi parada.

            Han sido dos buenas bofetadas, nada testimonial, y se ha armado. Una pasajera cercana ha tratado de decirle, con buenas palabras, que eso no se puede hacer en España, y menos en público. Pero el conductor del bus, que lo ha visto todo por el retrovisor, ha frenado el vehículo, ha salido del asiento y se ha ido hacia el otro, hecho una furia. Se ha puesto a gritar que de pegar a los críos nada, y que como volviera a levantar la mano al crío, llamaba a la policía. El tipo, que de español andaba más que justo, se ha quedado literalmente acojonado –podría usar otra palabra, pero la definición es esa, acojonado-. Algún pasajero ha tratado de atemperar un poquito, otros se han lanzado a clamar… el resultado ha sido que, al final, unos se han enzarzado con otros, mientras el negro optaba por arrugarse en su asiento, con un crío llorando a su lado y el otro sobre el regazo.

            En casos así, si lo que uno diga no sirve para mejorar las cosas, y puede que –haga lo que haga- las empeore, lo mejor que puede hacer entonces es mantener la boca cerrada. Y eso he hecho, estar callado mientras algunas señoras mayores discutían de forma encendida entre ellas.

            En esos casos, uno no sabe muy bien que pensar, ni qué hacer. Los que lo tienen más fácil son los fanáticos de bolsillo, los sacralizadores de la norma, los discutidores y, por supuesto, los adictos al linchamiento. Cuando yo era pequeño, se repartían bofetadas a los chavales y nadie lo veía monstruoso. De hecho, se quitó en el colegio, al menos el mío, cuando yo tenía diez años. No se hizo porque se considerase un mal método educativo, sino por los fallos de seguridad. Siempre había algún psicópata metido a docente que se explayaba sacudiendo a sus alumnos.

            No soy relativista cultural, al menos no en algunos sentidos muy al uso hoy en día. Este país tiene sus costumbres y sus normas, y aquel que no le gusten, o no quiera acatarlas, ya sabe dónde está la puerta. Pero las normas son eso, normas y no leyes sagradas. Aparte, siempre me han inspirado antipatía los sucedáneos y variantes de los linchamientos. No es simpatía por el débil (débil significa ser el menos fuerte, pero a veces el menos fuerte puede ser también el más malo; nunca he cometido el error de confundir las cosas en ese terreno), sino que siento aversión por las cazas de brujas y ese ensañamiento colectivo con el que trasgrede algo.

            Este país, o al menos Madrid y algunos otros lugares, se han llenado de emigrantes y, desde luego, estamos condenados a paradojas culturales que tenemos que resolver. No por «encuentro de culturas», porque ya tenemos aquí una, la de los indígenas; es decir, nosotros. Pero la misma existencia de tanta población, alguna de ella bastante alejada de nuestras pautas culturales, nos lleva a plantearnos qué hacer en ciertos casos. Aquel tipo del autobús, sin duda, no creía estar haciendo nada malo al soltarle dos tortazos a un niño demasiado pesado, como no lo hubiera creído un español de los años sesenta. No le puedes dejar, claro, pero tampoco le vas a colgar por ello.

            Estas cosas son un dolor de cabeza, sin duda. Me alegro, en todo caso, que el incidente del bus no fuese a más. No me hubiera gustado que hubiesen llamado a la policía y que aquel pobre pringado (de nuevo uso una palabra que define mejor que otras muchas más cultas) hubiese acabado en el cuartelillo de los municipales y, en último término exhibido en unos medios hipócritas como maltratador, cuando lo único que era es ignorante.

Una respuesta a «Choques culturales»

  1. No es simpatía por el débil (débil significa ser el menos fuerte, pero a veces el menos fuerte puede ser también el más malo; nunca he cometido el error de confundir las cosas en ese terreno.)

    A veces el mas debil es el mas malo poruqe es el unico mecenismo de superviviencia que tiene para sobrevivir. y ahi si que puedes haber cometido un error de confusion. Ya me diras lo que haras cuando te enfrentes a uno mas fuerte que tu y tenegas que usar tus tacticas maquiavelicas para no sentirte devorado. Lo importante es sentirse seguro y cuando te habituas a unas tacticas luego es muy dificil cambiarlas es como la droga.

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