La ciencia-ficción retro

Ando estos días revisando diversas narraciones para ver si me animo a sacar una nueva antología de historias cortas. Sería la segunda en mi carrera y casi 20 años después de aquella primera Besos de alacrán. Esta habrá de ser más heterogénea, ya que son historias que he ido escribiendo a lo largo de dos décadas y carecen de esa unidad que el fantástico daba a las de la primera antología.Pero por supuesto que algunos de los relatos se encuadran dentro de ese género —o supergénero— que llamamos fantástico. Uno en concreto, La noche roja, es una historia de ciencia-ficción que algunos se empeñan en ubicar en la lista de mis novelas, cosa que yo no acepto. No porque en realidad es una novela corta. Es verdad que sobrepasa en un par de miles de vocablos esa cifra de 40.000 palabra que muchos consideran que es la frontera entre novela corta y novela a secas. Pero si atendemos al criterio de que una novela propiamente dicha se diferencia de la corta en que tiene tramas secundarias, La noche roja es novela corta de todas, todas. Sus posibles tramas secundarias no están más que esbozadas, por ser generosos al decirlo.Pero no quería entrar aquí en disquisiciones sobre qué es y qué no es novela. Sí en que me está resultando de lo más curioso revisarla, tanto por el estilo y las soluciones, como por la temática.En cuanto a lo primero, ahora no la habría escrito así ni loco. Creo que las ideas de La noche roja tienen mucho más recorrido del que le supe dar en su día. También se podría haber escrito de forma mucho más eficaz. Sin embargo, no he querido reescribirla. Si algún día volviese sobre esos temas, haría una novela nueva. Insisto en que hará casi 20 años que la escribí. Considero que, cuando ha pasado tanto tiempo, rehacer es casi como reescribir la novela a otro.Respecto a la temática, ocurre que la tecnología que aparece ahí está obsoleta, caduca, desfasada. Eso le pasa a mucha ciencia-ficción con el paso de los años. Lo interesante es que, en este caso, tal circunstancia no afecta para nada a la novela. No porque, en la cuestión tecnológica, ya era anacrónica e incongruente de partida. Lo hice así de manera voluntaria, puesto que, como la mayor parte de mi obra de ciencia-ficción de entonces, fue un homenaje a la space-opera.Y tal peculiaridad sí que me lleva a una reflexión. Hay un montón de ciencia-ficción de corte aventurero y espacial que recurre a tecnología obsoletas y a la que podríamos agrupar bajo el término de ciencia-ficción retro. Obras que no pueden quedar desfasadas porque nunca tuvieron la pretensión de plantear futuros posibles sino de crear marcos estéticos.Me temo que no puede decirse lo mismo de mucha de la cf hard de la última década del siglo XX y de la primera del XXI. Toda esa literatura con ínfulas, empeñada en contarnos cómo sería el futuro y que resultó no solo errada sino diríamos que, en algunos casos, miserablemente errada.Es verdad que también el ciberpunk se equivocó a lo hora de contarnos cómo sería el futuro próximo. Pero los del ciberpunk, más que tratar de decirnos cómo sería el futuro tecnológico o social, jugaban con la idea de que las nuevas tecnologías cambiarían de forma drástica a la humanidad. Y, desde luego, en eso acertaron de lleno.Pero volvamos a esa literatura hard con ínfulas. Cuando ahora uno recuerda esos títulos, no puede sino reírse. Y quede claro que he dicho literatura hard con ínfulas. Ni tengo ni tuvo nunca nada contra el hard en sí. Me parece una forma de abordar el género, como hay otras. Pero sí tengo —o más bien tuve, porque ahora son poquita cosa— mucho contra algunos apóstoles del hard que no hacían más que dar el tostón con afirmaciones tales como que esa era la verdadera ciencia-ficción y que todo lo demás eran subproductos y bastardías.Ellos, ellos eran los que de verdad estaban explorando el futuro. Pues, si es así, hemos de convenir en que, además carecer de tino, tampoco tenían ninguna serendipia. Colón partió hacia la India y acabó en América, pero ellos zarparon hacia el futuro y no llegaron a ninguna parte. Sus especulaciones terminaron en nada.En fin. He buscado la expresión ciencia-ficción retro y no he encontrado nada. Eso no quiere decir que no ande por ahí o que no exista algún término para definir lo parecido. Lo que importa es que, al revisar algunos de mis textos y, por supuesto, al releer a viejos maestros de la space-opera y la cf espacial te das cuenta de que esa falta de pretensiones proféticas mantiene viva a este tipo de literatura.Uno puede leer con la misma fruición a Jack Vance ahora que hace 30 años, o volver a pasearse por Muerte de la luz, la primera novela de George R.R. Martin —ahora archiconocido por Juego de tronos— que es pura ciencia-ficción galáctica en la que las naves interestelares coexisten con los duelos de honor a espada.Y en literatura, la capacidad (o la suerte) de resistir el paso del tiempo es lo que marca la diferencia entre que un libro se siga leyendo o acabe relegado a eruditos, expertos en algún campo literario exótico. Así que, por eso, le auguro muy larga vida a la ciencia-ficción retro. 

Adiós al rey de la maravilla

Hace unos días nos dejó uno de los grandes maestros de la ciencia-ficción. Las palabras «grande» y «maestro» se usan con excesiva alegría al hablar de escritores, sobre todo si estos acaban de morir. Pero en el caso de Jack Vance son esas dos, juntas, las que mejor le cuadran. Ha muerto casi con cien años y con una obra extensa a sus espaldas, tanto en el campo de la novela de misterio como en el de la ciencia-ficción, que es por el que será recordado.

Los habrá que dirán que como escritor tenía sus limitaciones y defectos. Es cierto: los tenía. Pero a cambio sus logros son en algunos casos de talla excepcional. Y aquí tanto me da que los «puristas» puedan torcer el gesto. Verán: vivimos en una cultura en la que, por alguna razón, se supone que la excelencia literaria reposa sobre el estilo. Y a su vez el estilo se considera tanto más excelso cuanto más dado sea a las florituras. Es un criterio impuesto a machamartillo por los grandes críticos (grandes según ellos y los círculos a los que pertenecen).

Bueno. Yo soy de los que niegan la mayor.

El estilo es uno de los pilares de la literatura, pero no es su piedra angular, si es que esta existe. Su valor está en función de la capacidad que tiene de trasmitir al lector aquello que el autor quiere contar o evocar. El preciosismo en el estilo puede epatar, puede ser espectacular. Pero ese preciosismo no hace buena a una obra ni define a un gran escritor. Es como en el cine: una fotografía preciosa no hace por sí misma buena a una película.

Jack Vance abrió una nueva senda en la literatura y a lo mejor no somos conscientes de ello. Gracias a él, el wonder sense tomó un significado nuevo. Wonder sense. Un término que se acuñó en época bastante temprana de la ciencia-ficción y que definía el prodigio, la novedad, la extrañeza que acompañaba a las historias de ficción interplanetaria, rebosantes de mundos ignotos, razas galácticas, monstruos y portentos.

Con Jack Vance, el wonder sense se convirtió en todo un recurso literario, algo buscado y cultivado. Y si la ciencia-ficción no hubiera sido considerada un género menor por buena parte de la literatura, así se lo habrían reconocido hace tiempo.

En sus space-operas, Vance exploró y explotó un recurso inédito o casi inédito: buscar trasmitir sensaciones de extrañeza, de ajeno, de otredad. Fue una vuelta de tuerca, una evolución de esas sensaciones que nos trasmitían las primeras novelas interplanetarias o las de género exótico. Ahí donde narradores previos aportaban detalles chocantes que provocaban esas sensaciones, Jack Vance lo convirtió en un recurso literario al servicio de la narración. Solo por eso merecería su lugar en la historia de la literatura, aunque fuese en forma de anotación al margen.

En fin. Ya hemos comentario que vivió una vida larga y fue escritor prolífico. Pero esta no es una necrológica. El que quiera conocer pormenores de la vida y obra de Jack Vance puede encontrarlos en la Red. Yo no es necesario, a la muerte de un autor, glosar lo que ya está disponible en Internet hasta la saciedad. Es mejor algún apunte algo más personal.

Por uno de esos extraños azares de la vida, supe de la muerte de Jack Vance justo cuando estaba embalando mi biblioteca de ciencia-ficción y fantasía. Y justo esa tarde había guardado el primer libro de Vance que tuve jamás entre las manos. Lo saqué de la caja y ahora está aquí, sobre mi mesa. Se trata de Los valerosos hombres libres (The brave free men) y recuerdo muy bien las circunstancias de su adquisición. Lo encontré en una mesa de segunda mano, en la Cuesta de Moyano. La edición era la de Bruguera Libro Amigo y ni el título ni la ilustración tenían nada que ver con su interior. La segunda porque era la de un hombre primitivo con lanza observando una nave espacial posada en el desierto. El primero porque rezaba CIENCIA FICCIÓN Selección 29. Había que ir a la contra para saber que era la segunda parte de una trilogía. Cosas de la edición de la época.

Pese a ser una segunda entrega, me la llevé. Y no me arrepentí. Encontré algo totalmente nuevo en las aventuras de Gastel Etzwane a lo largo del país de Shant y sus cantones de microculturas a cada cual más exótica. Después, a lo largo de los años, fueron llegando muchos más títulos de Vance, unos excelentes, otros no tanto. Reconozco que su lectura me ha dejado un poso muy importante. En sus páginas aprendí algo como lector, la misma lección que tarde o temprano aprende el viajero. Se dice que a menudo importa más el camino que el destino. En muchas novelas de Vance ocurre igual. Es secundario el desenlace y quién es el traidor –uno de sus temas recurrentes- es un tema menor. Importa ese tránsito por páginas llenas de maravillas y sensaciones.

Se ha ido un autor único y lo ha hecho cuando ya su producción estaba cerrada. En tal sentido, el tiempo ha sido bueno con él. Nos deja historias impagables y solo puedo desear que su tránsito le lleve a mundos nuevo bajo soles lejanos, tal como él nos llevó a nosotros con la imaginación.